lunes, 19 de mayo de 2014

La Lección

Las malas compañías me entrenaron para que la ingratitud abriera amplias entradas a una vida libre y bien gozada. Gente bonachona  en familia alrededor de la parrilla mientras los niños están sucios de tanta alegría, se prestan para mi sutil aparición.
Con una postura confiada y  un carisma frío en la dosis precisa y  con los ojos llenos de pesar  de quien hubiera vivido siete duras vidas embaucaré otra vez. Serán mis amigos para siempre por seis meses o un año. 
Ya saben que estoy sola, ¡Es tan triste mi historia! Temerosamente mastico y saboreo  algún corte de carne de lástima gourmet que buscan distraerme para que pueda fingir que oigo su preocupación por mí. El espíritu de ayuda social comienza a iluminar. ¡Hecho!  Me quedo con ellos.  Con un estallido de alegría y abrazos desesperados me dan la bienvenida.
He perdido la cuenta. ¿Cuánto tiempo pasó desde que llegué?  Enfermarme no estaba en el plan. Este dolor en la piel me ha tenido durmiendo la mayor parte del tiempo… No me siento del todo bien. Cuando estoy de pie me mareo un poco.  Aun así, la misma gente ya empieza a asfixiarme.  El tedio hace que busque privacidad.  Aburridas voces hablando  lo mismo como si fuera la gran novedad.  Nada interesante, nada que me apasione y me haga saltar del asiento. Es la vieja señal, es momento de partir.  
No llevo nada conmigo. Nadie me dirá ladrona. A veces me imagino sus conversaciones sobre mi paradero o las personas que se cruzarán en mi camino y  que me amarán en su lugar. Les rebozará  la dignidad de haber ayudado a un necesitado, se darán la vuelta y dormirán con la barriga y  conciencia llenas. 
La despedida silenciosa es mi sello personal. Salir por la puerta grande con el mismo amor con el que entre aunque esta vez un poco más despacio y  adolorida.  Los niños me siguen con la mirada y en sus ojos hay un desprevenido “no vayas muy lejos”. Me alejo hasta ya no percibir su olor ni recordar por donde dejé mi rastro.
Me perdí al fin. No sé cómo volver.  Libre otra vez…  
¿Libre otra vez? Una vez más los humanos en blanco y negro se ven iguales.  Es de noche y debo andar sin parar…  
En el reflejo de una vitrina me veo vieja. Debo dormir un poco.
Ladré secamente toda la noche alejando a unos perros corrientes lamedores de carachas ajenas. Unos hombres con palos me arrastraron a una camioneta. ¡Estos gatos inmundos no me enseñaron a trepar! La cachorrita que despertaba deseos de adopción a toda costa se ha desvanecido. Mi débil figura, la sarna que no me dio una pausa ni  la fuerza para aullar mi desgracia han dictado mi sentencia. Entre silencios interrumpidos por un ladrido de uno que recuerda su final esperamos uno a uno ir al sacrificio. 
Lección aprendida. En mi segunda vida no me dejaré engatusar.
Clb