jueves, 9 de abril de 2015

Homeschool

Desde la ventana medio empañada miramos a los niños y sus madres caminar de prisa.  Las maletas con ruedas les siguen, tropezando con los baches. En unos cuantos minutos más se cerrarán las puertas de los colegios y la jornada escolar habrá empezado.
Cerca de las nueve de la mañana empieza nuestra Escuela en Casa.  Con el mundo en contra y con las preguntas: 
-¿En qué colegio está tu hija? ¿En qué grado está?  
Respondo:
-Este año no va a ir al colegio. Vamos a hacer Homeschool.-  Que es el nombre en inglés para Escuela en Casa.
Los ojos de las mamás gallinas del Perú, me miran con asombro, cacareando de indignación por dentro, agitando sus alas sobreprotectoras, queriendo darme de picotazos, pero yo, la mamá hippie, planteó mi postura de por qué el sistema escolar es una porquería, para algunos niños.
Recuerdo cuando a los tres años fuiste al nido. La lonchera, el mandil, las colitas, la caja con los útiles,  todo tan lindo y tú la más hermosa. ¡Click! La foto para el recuerdo. Y en eso, después de cuatro horas, llegas con tanta tarea que nos tuvo ocupadas hasta la noche.
Cansadas y molestas, empezaron nuestras primeras disputas. De mi lado, porque me quitabas el tiempo usando tan lento tus manitos y distrayéndote porque pasaba la mosca. Y del tuyo, porque de repente, deje de ser divertida para volverme el gorila acusador que apuntaba tu ineptitud. Me quitas los ánimos, me decías, y tu voz agudita se apagaba tratando de enfocar un cuaderno, ese cuaderno del mal, que sería el primero de tantos, que entre impaciencias, amenazas y tu tristeza, pudimos completar para que la Miss esté contenta. Todo ¿para qué? Para que las mamás gallinas se sientan superiores, por tener hijos prodigios que “hacen” tareas impecables, con una destreza de adultos. ¡Ay! ¡A mi hijo cómo le gusta hacer la tarea! ¡Hemos encontrado la lámina!¡Ya terminamos la maqueta! ¡Está listo para la exposición! ¡Todito ha estudiado! La Miss se contentaba con ver que todo se cumple sin importar cómo. El niño es halagado y promovido y la mamá gallina obtiene un veinte.
Nuestra historia del colegio se volvió más oscura e insoportable a medida que iba avanzando la primaria. Tú no soportabas las clases y yo no soportaba que no seas como los demás niños. ¿Por qué era tan difícil que no des problemas, que hagas tus tareas y no friegues, para poder siquiera por una vez, delante de mis amigas decir que algo bueno había dicho la Miss de ti?
Pero ser medio delincuente en cuarto grado fue la alerta. Robabas, mentías descaradamente y no te interesaba nada.  Tu libreta de notas tenía azul sólo en Inglés y Religión. Casi todos los años tenías que ir a las clases de verano para recuperar notas y pasar de grado. Algo estaba mal y me había dispuesto a descubrir qué era, para no perderte.
Después de haber probado de todo, hasta el punto de molerte a palos  y ver que ya no le tenías miedo a nada, supe que me odiabas. Entonces abrí la puerta del corral y salimos. Ni tú eres una niña prodigio y yo menos una mamá gallina. No iríamos al colegio. Te quedarías conmigo,  haríamos lo posible por aprender algo,  lo que sea, pero tendríamos un descanso de tanto libro, cuaderno y tarea, de tanta locura, rebeldía y violencia. Dejaríamos el infierno fuera de casa y seríamos tú y yo.
Si terminabas la etapa escolar a los veinticinco años ¡qué importa!  Tú vales más que cualquier halago, que cualquier inteligencia o desempeño académico.
La abuela, docente jubilada, casi se muere ¿Te acuerdas? 
-¿Cómo no vas a mandar a esa muchacha al colegio? Te pueden meter presa si alguien te denuncia- decía con una preocupación sincera.
-Señor-le dijo la directora del colegio al papá- van a arruinar a su hija. Ella está necesitando más disciplina. Está perjudicando su futuro.
Ese año pasó. Hicimos deporte, tratamos de completar los libros de Matemática y Comunicación Integral. Desayunábamos y almorzábamos juntas. Los días eran nuestros. Dejaste de tener miedo, los gritos quedaron atrás. Sonreíste una vez más. Y en medio de los cacareos de las mamás gallinas, sus reclamos y preguntas por la manera en que echaba a perder tu vida, volviste a casa.  
-¿Cómo has hecho para que tu hija sea tan linda? ¡Es lo máximo!- me preguntan cuándo te conocen.
-Te felicito, tú hija es única, ya quisiera que la mía sea así.
-Es tan talentosa, realmente puede escoger ser lo que quiera- me dicen, tus jefes, tus mentores, tus amigos, mis amigos.
- Felicitaciones, la has criado muy bien- me dice la gente que has conocido de diferentes lugares  a los que has viajado.
En un mes cumples veintidós años. Eres una hermana mayor preciosa y buena. Te gusta el trabajo y  la gente que te conoce, te ama. Eres muy culta, conversas de todo con todos.  Eres autodidacta como tu madre. Aún no has resuelto el tema de la carrera que seguirás (puedo oír los aletazos de las mamás gallinas en este instante), porque tienes talento para tantas cosas, que entiendo que te cueste decidir. Pero no te preocupes hija, al fin y al cabo, ¿dónde está dicho que a los veintitantos ya debes ser toda una profesional?
-¿Si no? ¿De qué va a vivir?
¡Vive y no sobrevive! Es responsable, trabajadora, próspera y generosa. Pertenece a ese porcentaje de gente que no nació para este sistema y que está pasando satisfactoriamente el examen de la vida.

miércoles, 28 de enero de 2015

Cielo gris

No quiero saber dónde estoy o si mi cuerpo está en pedazos. Sólo puedo escuchar un agudo zumbido retumbando en mi cabeza. No quiero abrir los ojos. Me atrevo a mover mi mano derecha ¡Ahí está! Creo que un poco hinchada, no sé si adolorida.  Necesito valor para tocar mi vientre ¡Qué esté abultado, qué este fuerte, qué este vivo!
Llegué a Lima hace  algunos días. Miguel Ángel me convenció de venir a su tierra. Nos conocimos trabajando en un pequeño restaurante de mi ciudad, en la pacífica Amsterdam.
Desde el principio me gustó el corazón sincero y  sencillo de Miguel Ángel. Aunque el idioma ha sido un aparente obstáculo, nos entendimos tan bien que llegamos al punto de vivir juntos y compartir todo lo que somos. Pero siempre una melancolía rodeaba a Miguel Ángel. Como si algún ingrediente le faltará a cada comida o como si algo restringiera su alegría mientras estaba conmigo. 
Como buenos  amigos que también somos finalmente me dijo que aunque el Perú esté loco quería volver.  Describió cada broma, cada nota pintoresca de una cultura lejana y que poco a poco empezó convertirse en algo apetecible para mí. Lúcuma, micro, juerga, arroz con pollo, la Costa Verde, el tono e historias increíbles entre amigos y familia hacían agua mi paladar transcultural. Decidimos entonces prepararnos para volver, aunque el Perú esté un poco de cabeza, me decía, no te vas a arrepentir, te vas a enamorar de Lima como te has enamorado de mí.
Una preciosa sorpresa aceleró nuestros planes. Estaba embarazada y un fuerte instinto de preservación empezó a invadirme al punto de querer abandonar cualquier loca aventura por el milagro de la vida dentro de mí. Pero Miguel Ángel apresuró todo lo que estuvo dentro y fuera de su alcance para viajar a Perú mientras mi barriga sea pequeña.  Casi sin notarlo ya estaba sentada en el avión al lado de un Miguel Ángel entre lloroso y eufórico. Decidí relajarme y disfrutar los siguientes días al lado de mi nueva cultura peruana.
Once de julio de mil novecientos noventa y dos, a las once de  la mañana, un cielo gris y gente entre amable y asustada me dan la bienvenida a Lima. No estaba acostumbrada a desconfiar pero algo me decía que debía andar con cuidado. No pude distinguir hasta unos días después a las autoridades. Entre policías y militares se desplazaban por la ciudad. Tanques, ametralladoras, avisos en la televisión para abrir la boca en caso de que una bomba estallará cerca, ola expansiva, no se parecía mucho al pintoresco cuadro de Miguel Ángel sobre su Perú. 
Estaba al tanto de que una situación de terrorismo se vivía en el país pero nunca imagine que era tan grande y tan seria. Pero la tranquilidad de Miguel Ángel  me aseguraba de que estaba exagerando y  hasta bordeando la sicosis.
Miguel Ángel comía y conversaba con sus amigos, primos y parientes que celebraban su llegada. Él estaba de fiesta, traduciéndome lo que consideraba importante o como quien recuerda que yo estoy allí. Después de la euforia de los primeros días y al verme aburrida, algo sola y perdida en medio de toda la algarabía, Miguel Ángel prometió llevarme a Miraflores para probar el típico helado de lúcuma de D’onofrio.  
Dieciséis de julio, mes de invierno limeño.  El parque de Miraflores invitaba a escribir una canción o tal vez una corta poesía. El cielo gris, el frío y los deshojados árboles formaban un trío de amigos insistentes que  te invitaban a encender un cigarrillo para componer, escribir o soñar a su lado. Le pedí a Miguel Ángel que el helado espere un poco y que caminemos por las calles cerca del parque. Estaba fascinada por las invisibles pisadas bohemias que podía oír recorriendo esas calles hasta llegar a un morro que escondía detrás de sí al verde mar.
Pudimos ver a un pálido sol de invierno limeño esconderse detrás del mar susurrándome al oído que había exagerado con mis temores. La noche nos cubrió sigilosamente. Perdimos la noción del tiempo.  Caminamos de regreso al parque por una avenida. Miguel Ángel  empezó a tararear Avenida Larco, esa canción que cantaba a voz en cuello los viernes por la noche cuando llegábamos de trabajar y nos preparábamos para ir a algún bar ¡Esta es!, me dijo, ¡La Avenida Larco está a tus pies! Yo ya lo sabía. Era mágica y misteriosa y casi mía porque la amaba y añoraba tanto o más que él.  Cantamos la canción sin apuro y con cuidado para registrar en la piedra de nuestra amistad cada segundo de este sueño hecho realidad.  Nos paramos en una esquina. Practicando el español aprendí los nombres de las tres últimas calles que cruzaban la mágica Avenida Larco antes de detenernos. Benavides, Tarata y  SchellMiguel Ángel sin dejar de mirarme estiró su mano y señaló hacia la izquierda. Helado de lúcuma, ahí está D’onofrio. Superaba cualquier fantasía. Empecé a sonreír pues me quedé sin palabras, cuando un fuerte y seco sonido me cortó la respiración y en menos de dos segundos un impulso  salvaje me levantó del suelo y volé lejos de Miguel Ángel. 
Acabo de despertar. Supongo que estoy en un hospital porque huele a alcohol. 
No sé qué sucedió, tampoco sé dónde está Miguel Ángel. Retumba en mi cabeza el zumbido y de lejos el vivo recuerdo de los gritos, las sirenas,  desesperación y llantos rodeándome.
Aun no quiero abrir los ojos porque sé que están heridos, hinchados y ardiendo como fuego.  Lentamente frotaré mi vientre, que sólo si está abultado, fuerte y vivo  tendrá sentido mi existir. 
Mi mano no encontró más que la semilla para el resentimiento cultural en un vientre plano y vacío. El zumbido aún no me deja y mis ojos no quieren volver a encontrarse con ese cielo gris que recién hoy reconocí  como el reflejo del  dolor de la tierra peruana que se ve forzada a tragar sangre inocente derramada por las manos de su propia gente.

sábado, 24 de enero de 2015

Corazón carnívoro


Seres de placer es lo que somos. Tengo un machete, un cuchillo de cocina, fósforos, platos, tenedores,  y un buen vino que escondo desde hace varios años.  
Porque el mundo es verde, orgánico e insípido prefiero una muerte de texturas y sabores, como cuando vivir era disfrutar. No tengo remordimientos al pensar que mis hijos, mi esposa y mis nietos valen menos que un jugoso bistec y crocante tocino acompañadosde papas fritas y una Coca-Cola helada.
La eme gigante del McDonalds parece levantarse como un pálido  fantasma donde ahora hay sembradíos de cuanta verdura y fruta quiere crecer con una libertad que les fue negada durante muchas décadas. Sin alteraciones en sus semillas, sin la manipulación del suelo. Los que antes eran  los grandes supermercados hoy son grandes almacenes con una marcada ausencia de refrigeradoras o cualquier sustancia artificial. Sutiles fotos de personas que ya no están con nosotros porque partieron anticipadamente gracias a un inesperado y agresivo cáncer son el aliento para comprar grandes cantidades de frutas, verduray semillas  como si fuésemos deliciosos pollos o conejos. Y les encanta decir: “Tu corazón te lo agradece”, “Tu hígado está feliz” ó “Nada mejor que un colón libre” cada vez que terminas tus compras.
La tasa de mortalidad era tan alta en los años antes de los veganos, que una familia de cinco miembros se reducía a dos o uno por las enfermedades degenerativas.  Vivir hasta los cincuenta era la longevidad de ese entonces. Las funerarias y camposantos estuvieron en todo su apogeo pero no podían cubrir la demanda. Era normal percibir los primeros olores a putrefacción a lo largo de vecindarios, calles y avenidas marcando una invisible línea de espera  de esos cuerpos inertes que aguardaban turno para recibir cristiana sepultura. Esto traía infecciones a los pocos vivos y dudosamente sanos familiares que tuvieran los finaditos. Ni que decir de los hospitales. Muchos entraban, ninguno salía. 
Caos, dolor, enfermedad, descontrol, putrefacción, llantos, lágrimas, todos estábamos condenados a muerte. Era cuestión de unos meses o con mucha suerte algunos años.
 Hasta que llegó el maldito día en que los veganos denunciaron a las farmacéuticas, a los médicos y hospitales por ocultarle al mundo que la cura para todas las enfermedades, desde sencillas alergias hasta los más mortales cánceres estaba en el disciplinado consumo de verduras y frutas crudas y numerosos enemas de café. 
¡Tan sencillo como eso! En menos de dos meses la enfermedad era erradicada y un nuevo estilo de vida sin consumo de carnes ni de sus derivados devolvía la esperanza a miles
Se presentaron ante el mundo con pruebas contundentes de pacientes terminales siendo sanados al cien por ciento por el consumo de frutas y verduras crudasDiligentemente habían estado estudiando, experimentando y registrando cada caso. La cura  había sido descubierta. Se volvieron una feroz epidemia de salud y vida. El cáncer de la sanidad. La muerte de lo todo lo bueno que nos ofrecía la vida hasta ese entonces.  No puedo negar que los veganos se veían diez veces mejor que los carnívoros o el recuerdo de cualquier humano antes de esta revolución de comida cruda. Por eso dejaron sin palabras al mundo entero con sus argumentos y la belleza de su aspecto físico.
Los veganos bombardearon  el internet con  sus explicaciones científicas y pruebas sobre el veneno de la comida chatarra. Los enlutados llenos con la fuerza del dolor por la pérdida de sus seres queridos  gracias al sobrepeso, ataques cardíacos, diabetes y cáncer, incendiaron y destruyeron cuanto negocio de comidaencontraron a su paso. En su lugar construyeron granjas muy higiénicas y amorosas, como quien paga sus culpas con todos los descendientes de los que eran nuestro desayuno, almuerzo y cena en aquellos tiempos de la barriga llena.
Pollos, patos, conejos, peces, vacas y bueyes disfrutando de su bienestar libre de comidas llenas de hormonas y cemento para engordarlos. Ya no reaccionan con temor como lo hicieron sus antepasados. Esta generación frustrada de nuggets, hamburguesas, tocinos, quesos  y yogures ya no saben que es  el temor a la muerte en masa.
Seguimos trabajando para poder tener  acceso a frutas y verduras de mayor calidad. Nos dedicamos a estudiar, a mejorar. El mundo nunca estuvo más creativo y avanzado que ahora. Sólo queda esa sensación desabrida que nos espera un plato sin sonrisa, en blanco y negro para el  paladar.  
Este mundo verde esperanza y bajo de sal se lo debemos a los años oscuros llenos de temor a la muerte y enojo. El golpe económico fue global. El mundo estaba desolado porque  la mayoría de la población estaba dedicaba tratar de curarse, morir y enterrar. Por eso fue pan comido aceptar el sistema de gobierno vegano para la vida y conservación del planeta. Los años de adaptación vinieron y con ellos el control extremo vestido de verde salud. 
Los veganos no recuerdan los instintos más bajos de los carnívoros. Están más ocupados en su dieta, su longevidad, el ayudar a los demás, el cuidar a los animales y el controlar la muerte que han confiado plenamente en la buena voluntad y los deseos de vivir del hombre. Han olvidado que la autodestrucción es humanamente básica.
Para mí comer vegano es estar condenado a muerteEl recuerdo del sabroso humo de la parrilla o la textura cremosa de un helado por la tarde son más fuertes, entrañables y conmovedores que el día en que vi a  mis hijos nacer
Le digo a mi esposa que por motivos de trabajo debo pasar ciertos días fuera de casa cada semana, pero son días de cacería y de robo a granjasEntonces me siento orgulloso y encendido por mi adicción a los seres vivos puestos al fuego.  Puedo comer  dos o trepollos sin parar. ¡Qué lloré mi madre mientras masticó un buen filete! Matar a una vaca, deshacerme de su sangre, cocinarla y comer  buena parte de su carne en unos cuantos días sin levantar sospecha sería demasiado para un solo hombre pero lo hice cuando mis supuestos viajes duraban seis semanas. En los viajes de un día, silenciosamente ordeño a una vaca de las granjas durante la madrugada y bebo su leche con pasión y nostalgia añorando los buenos tiempos en que la comida era la alegría de los amigos, el consuelo para los problemas y  la magia que acompañaba cualquier recompensa.
¿De qué sirve estar vivo tanto tiempo tratando de tragarte el cuento de disfrutar los paisajes, las sonrisas y cuanta tontería que no llena el estómago existe? Eso es lo que me da fuerzas cuando los pollos luchan por su vida mientras los llevo para quebrarles el pescuezo y al fin comer.
La pena por quebrar el sistema vegano es muy sencilla. Ponen en prisión al rebelde que ha sido diagnosticado con una enfermedad degenerativa por consumo de animales o que haya subido de peso con desproporción en su cuerpo. Se le condena por el evidente robo, matanza y consumo de los animales y  por no evitar el dolor de su familia. Lo ponen en prisión y lo dejan morir. No hay silla eléctrica, ni inyección letal. Simplemente muere porque recibe una alimentación baja en nutrientes
Creo que he sufrido un par de infartos. Sentí un fuerte dolor en el pecho y me desvanecí. Cuando desperté estaba con las uñas y los labios morados. Las dos veces estuve sólo en casa. Me siento pesado y cansado. Con mucha frecuencia me falta la respiración. Me cuesta alcanzar la agilidad de los veganos al caminar, hablar e interactuar con este sistema. Tengo ojeras y mi piel se está manchando. Mi sobrepeso ha hecho que varias veces me detengan las autoridades. Hasta hoy no sé cómo los convencí de dejarme ir.
Mientras siento que mi corazón late a toda velocidad  he optadopor la eutanasia. Moriré sin sufrir, moriré con sabor en mi boca y con satisfacción en el vientre. Tengo la maleta lista. Saldré a una cacería de la que no  pienso volver.
Sujetó con firmeza el asa de la maleta. Caminó hacia la escalera que empezó a oscurecerse delante de sus ojos. El aire lo abandonó por completo.  Supo que era el final. Una lágrima rodó en su mejilla por el orgullo  de ser un digno cadáver carnívoro, como era la costumbre en aquellos días donde vivíamos para comer y no comíamos para vivir.

Clb.  

jueves, 11 de diciembre de 2014

Los Foniablos




En algún lugar de un mundo no muy diferente al nuestro existieron los  Foniablos. Eran seres sin ojos,  sin nariz, y sin oídos pero con grandes bocas y hablaban con mucha fuerza.  Se creían libres porque decían lo que querían: halagos, insultos,  filosofías o simples palabras del día a día  sin generar ofensa alguna. De la misma manera que los mamíferos a minutos de nacer dan sus primeros pasos, los Foniablos, sin que nadie les enseñe empiezaban a hablar. A veces cantaban con mucho entusiasmo diferentes canciones, melancólicas, de marcha, alegres, de esperanza, que inventaban en el momento ya que nunca habían escuchado a alguien cantar . Oírlos  hablar hubiera sido algo así:
-Te dije que pongas a hervir el agua hace dos horas voy a llegar tarde no sé quién no quiso ir conmigo ayer por más que jale su brazo son todos unos brutos ¡tengo hambre! Cuando sintamos el frio de la noche cantamos ¿ya? La canción que ustedes quieran pero te odio porque nunca me respondes  a mis cumplidos ¿quién más está aquí? ¡Quien sea que seas no me quites el zapato!
Los Foniablos se extinguieron por soledad.   Y así como ellos,  se extinguen algunos matrimonios, familias y amistades en este mundo, porque solo hablar no es suficiente, hay que querer escuchar.

Por eso eres pobre


¡Por eso eres pobre! Le dije. El hombre flaco  me miraba como quien supiera la solución a su desdicha. Minutos antes, bajaba yo de mi carro con muchos bultos pesados. Lo vi sentado y mendigando y le pedí que me ayude. Lo primero que hizo fue poner una tarifa a su ayuda. Le ofrecí dos monedas. Entonces cargó dos bultos y volvió a sentarse sobre su cartón  al lado de una lata que con su mano extendió para que depositara las monedas.

- ¡Por eso eres pobre! -Le grité - ¡Porque no das el extra! Es dar más allá de lo que te piden.
-Estoy enfermo –me dijo. Se volteó y se acostó sobre su cartón.

Yo misma  cargué mis bultos.  Él mendigo me vio pasar, me vio sudar y hasta casi caerme sin mover un solo pelo para ayudarme. Cuando hube terminado, subí a mi carro, baje la ventana y allí estaba él con la lata en su mano esperando las dos monedas. Le di seis.
-No es cuánto tienes, sino cuánto das lo que hace que yo esté aquí y tú –le señalé su cartón- allá.

Clb

MICRO RELATOS por Clb


 *Mi mente y mi cuerpo se dieron cuenta que no podemos seguir jugando a la Mujer Maravilla desde el momento en que me olvidé las llaves dentro de la casa y caí sin destreza del techo  al intentar entrar.

*¡Me siento joven! Lo dicen los  viejos. ¡Los jóvenes jamás!


*¡La  nueva  PrecioZero! Rebaja al instante los precios de todo lo  que quieras comprar. Desde un par de zapatos hasta una casa de playa. Lista para usar en todos los supermercados, tiendas por departamentos, tiendas de automóviles,  inmobiliarias y ¡Más, mucho más!  ¡Llame ya! (Precio a tratar).


*Estamos a una hora de esta esperada jornada. Será un momento de inolvidable y dolorosa diversión. Esperamos que todos los participantes queden satisfechos con los resultados.  Es posible que una desordenada  pasión que los participantes desconocían  tener, sea descubierta este día. Otros saldrán más seguros de lo que  son.  ¡A relajarse y disfrutar!
(Palabras previas al examen de la Próstata.)

jueves, 2 de octubre de 2014

TRÍO



La cena está lista, la mesa está servida correctamente. Necesito un baño relajante para lo que me espera. Es mi cumpleaños.

-Llamó mi mamá. Llega en una hora. ¿Tienes todo listo?-leo el mensaje en mi celular. Es Pablo.
-Sí. ¿A qué hora llegas tú?-pregunto.
-Junto con mi mamá. Nos vemos.

Gladys me asfixia. Pablo es incapaz de contradecirla. Esto no lo vi venir cuando éramos novios. Ella siempre sonriente y respetuosa. Después de casarnos se mudó cerca y ahora pasa la mayor parte del tiempo con nosotros.

-Buenas noches Gladys –saludo.
-Hola Belén. Feliz cumpleaños. ¿Este año me darás nietos o seguimos esperando? Ten cuidado porque corres el riesgo de que salga Down y ahí sí te las arreglas sola hijita, porque no estamos para  excentricidades, me entiendes ¿no?
-Adelante Gladys. Ten cuidado que el piso está encerado.

Pablo llega y saluda a su mamá. Sentados en el sofá, conversan entre ellos. Se tratan con cariñoMe recuerda cuando éramos novios. Pablo era tierno y le gustaba pasar tiempo conmigo. Conversábamos mucho.  Hicimos planes para casarnos, estudiar en el extranjero, trabajar, poner un negocio y vivir de nuestras rentas.

-Por favor, Gladys, pasa a la mesa.

Nos sentamos. Gladys se sirve un poco de arroz, una presa de pollo a la mostaza y  ensalada.  Mastica suavemente.  El silencio me quita el apetito. En dos semanas es nuestro aniversario y no pienso pasarlo en trío como hoy.

-Pablo ¿te dijeron el precio de los pasajes?
-Sí.  Están baratos. ¿Quieres ir de todas maneras? – y mueve la cabeza apuntando a su mamá.
-¿A dónde es que iríamos?- pregunta Gladys sin levantar los ojos de su plato, mientras prepara su siguiente bocado.
-A las playas del sur mamá. El clima está bueno por allá.-contesta Pablo suavemente.
Respiro profundo y con voz temblorosa digo:
-Gladys, por más que disfrutemos tu compañía, esta vez quisiéramos estar solos. ¿Sabes a que me refiero, no?
Pablo agranda sus ojos y veo que está conteniendo la respiración. Gladys se ha quedado quieta al igual que su cuchillo y tenedor. Levanta la mirada hacia mí y dice:
- ¿Ya les dije que el doctor no piensa que la siguiente quimioterapia me ayude mucho, verdad¿Estás seguro que quieres  estar lejos de mí? ¿Si algo pasara y llegaras tarde para despedirte?- Le dice a Pablo clavándole los ojos.

Lentamente gira hacia mí.
-¡Eso, mi querida Belén, te costaría el matrimonio!
-¿Más de lo que ya me cuesta? – mi voz suena débil.¡No creo! ¿Pablo?- espero que Pablo intervenga.
-Mamá, cada vez te veo mejor.  Tienes buen apetito y te movilizas sin problema por la ciudad. Una semana por tu cuenta te haría bien.- dice torpemente con la mirada en su plato.

Gladys hace una pausa. Me examina. No puede ser bueno lo que viene.

-Belén, eres una miserable. Separar a un hijo de su madre enferma no tiene perdón de Dios.  Yo preparé a este muchacho para que sea tu marido para siempre. Pagué sus estudios para que pueda ser un buen proveedor para ti. Y eso me privó de muchas comodidades. Espero tu agradecimiento mientras estoy viva, ¿me dejo entender? ¡Caray! Ya hemos hablado de esto tantas veces.

Me encuentro en el asiento trasero del bus. Pablo y su madre están adelante conversando mientras miran el paisaje por la ventana. Gladys se ha puesto la pañoleta en la cabeza, debajo del sombrero, para recordarnos que está enferma y que somos tres hasta que su muerte nos separe.