jueves, 9 de abril de 2015

Homeschool

Desde la ventana medio empañada miramos a los niños y sus madres caminar de prisa.  Las maletas con ruedas les siguen, tropezando con los baches. En unos cuantos minutos más se cerrarán las puertas de los colegios y la jornada escolar habrá empezado.
Cerca de las nueve de la mañana empieza nuestra Escuela en Casa.  Con el mundo en contra y con las preguntas: 
-¿En qué colegio está tu hija? ¿En qué grado está?  
Respondo:
-Este año no va a ir al colegio. Vamos a hacer Homeschool.-  Que es el nombre en inglés para Escuela en Casa.
Los ojos de las mamás gallinas del Perú, me miran con asombro, cacareando de indignación por dentro, agitando sus alas sobreprotectoras, queriendo darme de picotazos, pero yo, la mamá hippie, planteó mi postura de por qué el sistema escolar es una porquería, para algunos niños.
Recuerdo cuando a los tres años fuiste al nido. La lonchera, el mandil, las colitas, la caja con los útiles,  todo tan lindo y tú la más hermosa. ¡Click! La foto para el recuerdo. Y en eso, después de cuatro horas, llegas con tanta tarea que nos tuvo ocupadas hasta la noche.
Cansadas y molestas, empezaron nuestras primeras disputas. De mi lado, porque me quitabas el tiempo usando tan lento tus manitos y distrayéndote porque pasaba la mosca. Y del tuyo, porque de repente, deje de ser divertida para volverme el gorila acusador que apuntaba tu ineptitud. Me quitas los ánimos, me decías, y tu voz agudita se apagaba tratando de enfocar un cuaderno, ese cuaderno del mal, que sería el primero de tantos, que entre impaciencias, amenazas y tu tristeza, pudimos completar para que la Miss esté contenta. Todo ¿para qué? Para que las mamás gallinas se sientan superiores, por tener hijos prodigios que “hacen” tareas impecables, con una destreza de adultos. ¡Ay! ¡A mi hijo cómo le gusta hacer la tarea! ¡Hemos encontrado la lámina!¡Ya terminamos la maqueta! ¡Está listo para la exposición! ¡Todito ha estudiado! La Miss se contentaba con ver que todo se cumple sin importar cómo. El niño es halagado y promovido y la mamá gallina obtiene un veinte.
Nuestra historia del colegio se volvió más oscura e insoportable a medida que iba avanzando la primaria. Tú no soportabas las clases y yo no soportaba que no seas como los demás niños. ¿Por qué era tan difícil que no des problemas, que hagas tus tareas y no friegues, para poder siquiera por una vez, delante de mis amigas decir que algo bueno había dicho la Miss de ti?
Pero ser medio delincuente en cuarto grado fue la alerta. Robabas, mentías descaradamente y no te interesaba nada.  Tu libreta de notas tenía azul sólo en Inglés y Religión. Casi todos los años tenías que ir a las clases de verano para recuperar notas y pasar de grado. Algo estaba mal y me había dispuesto a descubrir qué era, para no perderte.
Después de haber probado de todo, hasta el punto de molerte a palos  y ver que ya no le tenías miedo a nada, supe que me odiabas. Entonces abrí la puerta del corral y salimos. Ni tú eres una niña prodigio y yo menos una mamá gallina. No iríamos al colegio. Te quedarías conmigo,  haríamos lo posible por aprender algo,  lo que sea, pero tendríamos un descanso de tanto libro, cuaderno y tarea, de tanta locura, rebeldía y violencia. Dejaríamos el infierno fuera de casa y seríamos tú y yo.
Si terminabas la etapa escolar a los veinticinco años ¡qué importa!  Tú vales más que cualquier halago, que cualquier inteligencia o desempeño académico.
La abuela, docente jubilada, casi se muere ¿Te acuerdas? 
-¿Cómo no vas a mandar a esa muchacha al colegio? Te pueden meter presa si alguien te denuncia- decía con una preocupación sincera.
-Señor-le dijo la directora del colegio al papá- van a arruinar a su hija. Ella está necesitando más disciplina. Está perjudicando su futuro.
Ese año pasó. Hicimos deporte, tratamos de completar los libros de Matemática y Comunicación Integral. Desayunábamos y almorzábamos juntas. Los días eran nuestros. Dejaste de tener miedo, los gritos quedaron atrás. Sonreíste una vez más. Y en medio de los cacareos de las mamás gallinas, sus reclamos y preguntas por la manera en que echaba a perder tu vida, volviste a casa.  
-¿Cómo has hecho para que tu hija sea tan linda? ¡Es lo máximo!- me preguntan cuándo te conocen.
-Te felicito, tú hija es única, ya quisiera que la mía sea así.
-Es tan talentosa, realmente puede escoger ser lo que quiera- me dicen, tus jefes, tus mentores, tus amigos, mis amigos.
- Felicitaciones, la has criado muy bien- me dice la gente que has conocido de diferentes lugares  a los que has viajado.
En un mes cumples veintidós años. Eres una hermana mayor preciosa y buena. Te gusta el trabajo y  la gente que te conoce, te ama. Eres muy culta, conversas de todo con todos.  Eres autodidacta como tu madre. Aún no has resuelto el tema de la carrera que seguirás (puedo oír los aletazos de las mamás gallinas en este instante), porque tienes talento para tantas cosas, que entiendo que te cueste decidir. Pero no te preocupes hija, al fin y al cabo, ¿dónde está dicho que a los veintitantos ya debes ser toda una profesional?
-¿Si no? ¿De qué va a vivir?
¡Vive y no sobrevive! Es responsable, trabajadora, próspera y generosa. Pertenece a ese porcentaje de gente que no nació para este sistema y que está pasando satisfactoriamente el examen de la vida.