domingo, 12 de diciembre de 2010

Muñecas


Con mucha tristeza y humillación, la pequeña Eulalia regresa a casa en silencio de la mano de su madre, que la sujeta toscamente. Todavía escucha en su memoria las risotadas de sus amiguitos mientras señalaban su cabeza.
Dos meses atrás su abuela le regaló una Jennifer, una preciosa muñeca curvilínea de larga cabellera dorada. Eulalia sólo había jugado con la None, una gran muñeca de trapo que la acompañaba desde la cuna.
-Le ha gustado. ¡No ha dicho ni una palabra! –dijo con satisfacción la orgullosa abuela.
-Mami, qué bonito su pelo ¿no?-fueron las únicas palabras que pronunciara Eulalia ese día.
Las semanas siguientes Eulalia cepillaría el pelo de Jennifer con mucho cuidado y amor recibiendo una perfecta sonrisa de plástico que le agradecía fortaleciendo su obsesión.
-¡Qué bonita eres! ¡Quisiera tener el pelo como tú!-casi cantaba Eulalia de la emoción mientras la guardaba respetuosamente en su caja.
Día a día antes de ir al colegio, Eulalia se miraba en el espejo mientras su madre batallaba con su pelo crespo para desenredarlo y por lo menos hacerle una colita para que vaya decente a estudiar. Cada mañana su imagen le parecía más fea, más grotesca, más negra, más sucia, más deforme, más triste. Por el reflejo veía sobre su hombro a Jennifer sonriéndole. Poco a poco, en la rutina del peinado matinal fijaba la mirada en sus pies hasta que oyera la hermosa frase con la que mamá daba por terminada la labor de acicalamiento:
-Preciosa como siempre, mi negrita linda –y con un beso en la frente la bendecía.
Esa tarde se quedó mirando a Jennifer. Después de una hora, se trepó en el banquito y se puso frente al espejo. Algo estaba mal. Su pelo parecía una esponja sin forma, no era como el de Jennifer. Sus dedos se enredaron. Miró a Jennifer y su congelada sonrisa le dio una sugerencia.
-Mamá, voy a dar una siestita –gritó con chillidos de alegría.
La mamá no prestó atención. Después de unas horas le extrañó que no bajara a tomar la leche. En la penumbra de la tarde, buscó la silueta de Eulalia, que estaba envuelta en su manta. Sólo pudo distinguir sus blancos dientes porque sonreía con emoción.
-Mañana voy a tener el pelo rubio y largo como Jennifer –susurró como quien no quiere interrumpir algo solemne.
La mamá no pudo dormir toda la noche. Ya había sido difícil ayudar a Eulalia a no hundirse en los insultos de los amiguitos en el colegio. Doña Pepa, mandinga, wakawaka… Y ahora que Eulalia se había cortado todo el pelo…con lo obstinada que es…
Eulalia no había podido dormir. De cuando en cuando pasaba la mano por la cabeza esperando sentir su nuevo pelo. Hasta que la venció el sueño.
A las siete de la mañana, Eulalia saltó de la cama y corrió hacia el espejo. Estoy más fea que nunca. Jennifer le sonreía. Las lágrimas llenaron sus ojos. Se tapó la cara con las manos y lloró en silencio. Entre suspiros se miró otra vez. Sin prisa buscó a la None y las tijeras y le cortó las gastadas colitas de lana.  
-Ella es como yo ¿ves?, no miente como tú –con amargura le reprochó a Jennifer.
Las lágrimas de la mamá corrían por sus mejillas mientras se acercaba cuidadosamente con el uniforme del colegio.
-Eulalia ¿quieres quedarte conmigo hoy? –le sugirió con un tono suave sujetando la sobreprotección en sus entrañas.
-No. Voy a ir al colegio.
Una alfombra con pétalos de risitas, carcajadas, murmullos y miradas de asombro, recibieron a Eulalia. En silencio y sin mutarse aprendió las ta,te,ti,to,tu y ensayó para bailar la Valicha. Sólo pensaba en Jennifer y lo mentirosa que era.
Al llegar a casa, buscó a la None y tuvieron una conversación muy seria.
-Está bien. Espérame aquí.
Eulalia trajo a Jennifer y la tijera. Con mucho cuidado corto el medio de la panzita de trapo de la None en línea recta como le enseñó su profesora.
-Preciosa como siempre –le dio un beso a Jennifer en la frente, y la metió dentro de la None.
-Mamá ¿puedes coser esto por favor?
La mamá observaba sorprendida el alivio que su hija recibía con cada puntada en la muñeca de trapo. No lograba entender lo que estaba pasando.
-Eulalia, tu pelito va a crecer, pero estás preciosa como siempre.
-Ya me creció mami, pero adentro –dijo señalando su cabeza.-Hemos encerrado a Jennifer para que ya no me mienta. Y la None me dijo que siempre quiere tener el pelo como yo.
Con los meses los rulitos volvieron a crecer. Con los años la calvicie de la None sería un homenaje a la belleza de Eulalia. Y la Jennifer muda en su barriga fue el mejor tratamiento para su autoestima.

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