miércoles, 29 de septiembre de 2010

Mendigo Castigo y el piano

Suena el celular:
- Habla
- Mendigo, ¿vas a venir? La hora de la sala de ensayo ya está corriendo.
- No puedo. Hoy vienen mis tías y les quiero pedir el piano.
- El piano ¿para qué? Si nadie toca.
- En el piano se compone, déjamelo a mí. Es lo que me falta para completar las canciones. Además mi mamá ha preparado lonchecito. Canten ustedes...ya después cuadramos. Bye. - colgó.
Sonó el timbre a las 5 p.m. La tía Himelda y la tía Gaudencia entraron en casa. Se podía sentir su colonia Jean Naté intoxicando el ambiente. "Huele a viejilla". Se les escuchaba hablar sin parar. A las 6 p.m. baja Mendigo, para "saludar".
- Tía Himelda, no le puedes seguir  haciendo eso al rock´n roll. Tienes que cumplir lo que prometes.
- Hola hijo, ¿de qué hablas?
- Del piano tía. Te pasas, me has mecido con toda tu experiencia de meter cabeza en tus bussiness. Ya no le hagas eso al rock, por favor.
- Pero hijo, te dije que cuando me muera te lo iba a dar, y no me he muerto todavía.
- Pero ya pe´tía. Mira qué haces, pero el piano tiene que ya estar conmigo. La creatividad musical se me está abombando, la banda no avanza porque hay canciones que no he acabado y necesito el piano.
- ¿Quieres que me mate para que te lo dé? No te entiendo hijito.
- Tía, ¿ya qué haces aquí? ¿Si un día te caes del micro y te pasa algo? Mejor es que tú escojas cómo y ¡ya!  me dejas el piano - dijo Mendigo, en esos ratos que su profunda filosofía egoísta no debería salir.
- ¡Oye, te dije que lo RRRRRRRRREVIENTES cuando era chico! - gritó la Tía Himelda, mirando con furia a la mamá de Mendigo.
- No quiso pues, le daba pena porque era chiquito, que porque no está el papá. y ahora míralo...¡qué barbaridad! - renegaba la tía Gaudencia - Yo jamás le hablé a un adulto así, mis padres me dieron duuuuuuuuuuuuuuuuro, me quedé coja, eso sí, por tanta corrección, pero no me arrepiento, así debía ser, para no acabar como este mangansón. Yo lo botaría de la casa.
- Mendigo, vete a tu cuarto ahora - gritó su mamá.
- Má, pero no hemos tomado lonchecito todavía.
- ¡Oye! El lonche es para tus tías y para mí, a ti nadie te ha invitado. Arranca, arranca.
- Má, yo quiero leche con milo y ese pye de ahí. Y no le des nada a estas viejas gorrionas que siempre vienen a comerse nuestra comida.
¡PUM! Sonó en seco la muleta de la tía Gaudencia en la espalda de Mendigo.
- ¡Ahu! Ya tía, el pye para los dos.
Las tías y Mendigo se sentaron a la mesa. No se pudo hacer más por el piano, porque la Tía Himelda dejo claro que solo DESPUÉS DE MORIR le entregaría el instrumento, y que bajo ninguna circunstancia provocaría su muerte, ni aún triplicando su dosis de medicina para el corazón, como le sugirió Mendigo.
En la puerta se despidió de sus tías. Le dejaron su bolsita de toffees, como siempre, y sus 50 soles de parte de cada una para que Mendigo lo gaste con "esos vagos con los que andas".
- Te pasas Mendigo - le dice su mamá después de propinarle un fuerte lapazo en la nuca.
- Má, de mi propina no te voy a dar nada, porque de chibolo me la quitabas y te la gastabas toda. Me debes ¿ah?
Suena el celular.
- ¿y el piano?
- ¡Tengo 100 lucas y toffees! Y no me friegues, porque no te voy a devolver nada de lo que DICES que te debo. ¿Tú me hueles cuando estoy con plata, no? Chaú, vivaso.
Lo que Mendigo no acepta es que sus tías son longevas, de la misma madera que Matusalén. Pero por lo menos no le faltarán toffees y propina por muuuuuuuuuucho tiempo.

clb

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