sábado, 6 de noviembre de 2010

La Cantante

Mientras mi mandíbula se autopalanqueaba abriendo al máximo mi boca, como suele ser mi costumbre cuando algo me impresiona, su voz llenaba todo el local, iluminado por lucecitas de colores, y ángeles blancos de papel cometa balanceándose sobre nuestras cabezas. Sonaba dulce, melodiosa, ¡perfecta! Era la más extraordinaria voz femenina que había escuchado en mi corta vida. Estaba segura de que ese era el sonido de la dosis de paz que mi angustiada niñez pedía a gritos desde que nací. Su nombre es (para mi pesar, no puedo decir “era” todavía) Isabel.
Siempre me sorprendía su belleza y apariencia joven, aunque es la madre de tres hijos que en ese tiempo estaban pequeños y eran mis amiguitos. Era para mí como un hada preciosa, que derramaba de su magia cada Navidad en la iglesia a la que asistía, entonando los más dulces y melancólicos villancicos del mundo con su sublime voz. ¡Todo un coro la acompañaba! Era mi éxtasis, después de eso no necesitaba más nada.
Lorenzo, el mayor de sus hijos, y yo tocábamos la flauta juntos sin parar. Había heredado el mismo talento de su madre, y lo estaba mejorando y aumentando.
Por esas cosas de la vida, mi madre abruptamente me llevó a vivir a otro país. Fue desgarrador desprenderse de todo lo que había conocido como vida, aunque triste, pero mi vida, hasta ese momento. Y lo que más extrañaba era la gente, la navidad, los villancicos, la música, las voces, la voz…
Después de algunos torcidos, locos y golpeados años regresé a mi patria y a mi iglesia, aún siendo menor de edad, con la mente totalmente bohemia, con un bebé por nacer, y sin esposo. Lo suficientemente herida como para vivir en una cueva por siempre. Volví a mis recuerdos, a lo que consideraba seguro. Pero hay un dicho por ahí que afirma lo que experimentaría como una verdad, “iglesia chica infierno grande”. De lo que antes había sido una niñita a quien protegían por misión divina y por vocación humana, me había convertido en candidata a la Santa Inquisición, y muy pronto en una amenaza para las mamás de la congregación.
Cuando volví a ver a Lorenzo, había crecido pero no tanto, pero toda su falta de estatura, la compensaba con una impresionante habilidad para tocar la guitarra y cantar. Su mamá Isabel, cantaba todos los domingos. Yo no me perdía ni una sola oportunidad de escucharla.
El momento más sublime del mundo llegó a mi vida: mi hija nació. Esto me subió de rango, de ser una amenaza a ser el terror de las madres.
-   Lo que pasa es que quiere un padre para su hija. Cuida a tu hijo de ella. Yo veo que siempre conversan… – cuchicheaban las viejas entre ellas, con las Biblias abiertas, mientras Jesús les grita que socorran al extranjero, al huérfano, a la viuda…
Desconocían mi herida y la firme decisión que me impulso a volver. Nunca más me enredaría con un idiota, así parezca una buena opción. Me molestaban profundamente las etiquetas de “¡Peligro, cuide a su hijo!” que me ponían, pero me lo pasaba en un solo trago amargo con tal de seguir escuchando a Isabel cada domingo en la mañana.
Con el pasar de los meses, y sin calcularlo, ni buscarlo, Lorenzo ya no me vería igual y me ayudaría a quitarle la fuerza a mi decisión de no volver a amar. Porque era loco y joven, había decidido ayudarme, socorrerme, redimirme, amarme… se había propuesto ser la cabeza de mi disfuncional hogar.
Creo que esta decisión estuvo compuesta por los químicos que David Baner tomaría para convertirse en el Increíble Hulk, y Rubén se los dio a su mamá en forma de buena noticia: “Me voy a casar”
La que antes fuera la voz que me desconectaba de mi negra y pesada realidad, ahora se convertiría en mi peor pesadilla. Con otro juego de cuerdas vocales, que más que seguro que se lo pidió prestado a Mumm-ra, el inmortal, Isabel me dijo que no quería que su hijo fuera albañil, que tenía que estudiar y que yo estaba echando a perder sus planes para él.
A medida que pasaba el tiempo, la relación entre Lorenzo y yo se volvía más seria e Isabel iba transformándose, delante de mis ojos en ese mounstro al que algunos queremos enterrar boca abajo, para que si resucita, siga cavando pa´ abajo. Se estaba convirtiendo en una suegra.
Los siguientes dos años fueron una tortura china. Su profunda amargura hacía mí hizo que deje de cantar. Su rostro estaba apagado, su frente empezó a marcarse por el ceño fruncido que aparecía cada vez que pensaba en mí, o cuando se imaginaba a su hijo, posiblemente años después taxeando o cargando cemento para mantener a su familia. Cada vez que pasaba a su lado, podía ver su lengua bífeda intentando formular algún maleficio para que me convierta para siempre en estatua de sal o en un búho.
Después de muchas luchas, lágrimas, una fuerte rebelión en su hogar y gracias al impresionante don de convencimiento que hasta hoy me persigue y me sirve, logramos casarnos con su bendición.
Estoy de acuerdo con el dicho popular: “¡Qué viva mi suegra, pero bien lejos!” Yo sabía que por las puras no había ido a la iglesia todos estos años. Diosito me tenía que ayudar. Y a las dos semanas de la boda, Isabel se fue con visa de residencia a Estados Unidos, y que Dios la guarde y la conserve en formol por allá.
Cada vez que viene de visita, no pierde la oportunidad de cantar. Lo hace para nosotros y para sus amigos. Se las arregla para ir a las iglesias en las que cantó alguna vez, para volver a desatar su don en una audiencia que siempre la recuerda y la adora. Su voz está intacta.  Lamento mucho que el efecto en mí, ya no sea el mismo que en mi niñez, cuando yo estaba segura que ella era un hada, o algún personaje sacado de algún cuento mágico, que me venía a consolar con cada dulce nota que su voz me regalaba.
Pienso que pagué un alto precio por tener esa magia en casa…la perdí a ella, pero me dio en un intercambio forzado, la forma humana de lo que sería mi paz. Y no fue a través de su voz, sino por medio de su vientre: me regaló a Lorenzo. El es músico y cantante, y vivimos de su profesión. Hoy su hijo canta para mí: “Tú eres un ángel, que alumbra mi corazón”.  Y me transporta, me lleva, hacia el futuro, suavizando mi pasado, con cada acorde de su guitarra, con cada dulce nota que su voz me regala. Ahora tengo en mi casa, magia de carne y hueso y a mi suegra, ¡bien lejos!

clb

No hay comentarios:

Publicar un comentario