miércoles, 17 de septiembre de 2014

Frontera

 La Niña tenía catorce años cuando conoció su nueva habitación y al Padre.  Una cama de una y media plaza, piso alfombrado, closet, un equipo de sonido muy antiguo, una ventana que daba al tragaluz, paredes verdes y mucha humedad. Una perra encerrada en el patio trasero, algunos ratones que merodeaban por la cocina de día y de noche, cucharachas en una medida que no pasaban desapercibidas. El baño, que le aseguraron sería el sello de la privacidad  de la que disfrutaría, al parecer no había tenido la visita de la lejía o desinfectante alguno porque las larvas se movían alrededor de la taza del inodoro con mucha tranquilidad.
La Niña sabía que el Padre no era cualquier persona. Sabía que era una especie de genio, pero había escogido el peor de los ángulos para demostrar su excentricidad usando de pincel la suciedad y de lienzo una paranoia que había hecho que puertas y ventanas tengan cerrojos y rejas permitiendo que ingresen escasos rayos de luz al departamento.
El Padre esperaba a la niña cuando regresaba del colegio. Ponía el almuerzo frente a ella y salía echando llave a cuanto cerrojo, candado y rejas  tuviera  el departamento.
La Niña pasaba tardes enteras mirando la lluvia y envidiando la libertad de la  gente en la calle.
La Niña empezó a dejar de comer y de jugar con la perra. Le perdió miedo a los ratones cazándolos con las manos. Día a día recordaba a su mamá y a los amigos que había dejado en el país donde nació, cruzando la frontera.
Una madrugada la Niña entró al cuarto del Padre. Sustrajo cuidadosamente las llaves y salió. Como había observado por meses al Padre, echó llave desde fuera a cada cerrojo.
En la mañana el Padre, como de costumbre, tocó la puerta de la niña para despertarla para que se aliste para ir a la escuela. Al no recibir respuesta empezó a vociferar y a maldecir a la Niña y a su madre, como ya lo había hecho antes, como cuando la botó por bastarda y la llevó durante toda una noche hasta la frontera y la dejo parada allí hasta el día siguiente. Ella asustada sin saber a donde ir  se quedó sin moverse hasta que apareció el sol. El Padre que la observó toda la madrugada desde lejos, la llevó de regreso de la frontera al departamento y la encerró aún más. Le quito hasta el derecho de escribirle las cartas a su mamá.
El Padre maldecía mientras se alistaba para salir. Pensaba dejarla encerrada y sin comida ese día. Ya listo, buscó sus llaves. Los gritos y maldiciones se escuchaban hasta la calle. Pero no hasta la frontera, donde la niña tiró las llaves en un río y cruzó hacia su país, hacia su mamá.


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