En un bosque oscuro, lleno de árboles secos cuyas ramas se habían enredado entre sí, vivían algunas familias,
aterrorizadas por la leyenda del Portal,
que no les permitía cantar, hablar ni comer con gusto.
El tiempo y la sombra de los enredados árboles hacían que casi nunca sonrían ni recuerden
como entonar una canción. Preferían
mantenerse vivos y en silencio porque sus voces atraían al Portal, que según la
leyenda, buscaba las voces humanas para aparecerse en medio de encantadoras luces, tan hermosas y brillantes
que uno se olvidaba de su familia y de su hogar. Un grato olor a pan horneado
se escapaba delicadamente cuando el portal se abría. Encantados por sus
bondades, casi ninguno podía resistirse y atravesaban el Portal. Con un ensordecedor
portazo, el Portal se cerraba y desaparecía mágicamente.
Nadie sabía que pasaba del otro lado del Portal. Algunos
decían que les esperaba un hechizo de viejas brujas que habían sido solteronas, cuya amargura las
llevo a hacer un pacto con el demonio para aparentar juventud hasta que alguien se
quiera casar con ellas. Entonces a cambio de su juventud debían darle al
demonio humanos ingenuos para ser torturados por la eternidad.
Suele suceder que en medio de las sombras existe alguien con
un corazón lleno de color. Burema, una jovencita muy bella, vivía con su madre quien constantemente le susurraba que estuviera en
silencio para que no aparezca el Portal y se la trague para siempre.
Una tarde Burema salió a buscar algo para comer.
Imaginándose el bosque en todo su esplendor, lleno de los colores de las flores
y los aromas de los frutos en los árboles, del sonido de algún manantial que
seguro pasaría cerca, empezó a sonreír.
Se sentó por un momento, cerró los ojos, busco el cielo con su rostro y
suavemente tarareo una melodía. Cada vez más fuerte y segura tarareaba cuando sintió el tan temido
olor a pan caliente. Abrió los ojos lentamente y vio el Portal. Era una gran
puerta de madera, con engranajes dorados y sin cerradura, mágica, envuelta en
brillantes colores centelleantes que su imaginación no conocía.
El Portal se abrió completamente y Burema pudo ver gente
sentada alrededor de un fuego con instrumentos, cantando y bailando. Algunos niños correteaban, unas mujeres
conversaban entre sonrisas y voces suaves. Unos hombres probaban su fuerza
cortando pedazos de leña. No pudo
calcular cuántos eran exactamente, pero eran muchos y todos se veían llenos de
felicidad. Se asustó cuando a una todos voltearon hacia ella y con una gran
sonrisa comenzaron a decirle ¡Ven! ¡Ven!
Burema recordó la
leyenda pero no le produjo el miedo suficiente como para querer huir. Pensó que
sería mejor desaparecer en medio de un hechizo que seguir viva a la sombra de
los árboles secos y del miedo y el silencio de las familias del bosque. Pero sintió que su corazón se quedó
sin colores cuando pensó en su madre, que aunque andaba muy amargada y triste todo el tiempo, no merecía quedarse sola. El Portal entendió su
preocupación y empezó a cerrarse lentamente. La gente del otro lado se despedía
mientras el Portal terminó de cerrarse y desaparecer.
Cuando regresó a casa, su madre la esperaba parada frente a
la puerta. Burema se preparó para ser castigada por arriesgarse y demorar tanto
en volver habiendo preocupado a su madre, quien con un susurro temeroso le
dijo:
-¿Por qué te demoraste tanto? ¿Por qué hueles a pan recién horneado?
-Madre ¡vi el Portal! Vi a la gente más feliz de la tierra,
jugando, comiendo y riendo. Tenían sol y todo lo que les rodeaba estaba verde.
Me invitaron a ir con ellos pero pensé en ti y el Portal desapareció –susurró
Burema.
Abrazándola con fuerza, la madre le dijo al oído:
-¡Son las brujas hijas, que te quieren entregar al demonio!
¡Qué bueno que hayas escapado y estés viva! ¡Me alegra que hayas vuelto!
-Madre, también pensé que sería mejor ser entregada al demonio
que seguir viva en esta oscuridad y tristeza. Dentro o fuera del Portal igual
estamos muriendo. Yo quiero cantar y no puedo, quiero saltar y me llenas de
miedo con tus leyendas. – Y se echó a llorar.
La madre se dio cuenta que no había visto llorar a Burema
desde que nació. Burema había sido su pequeño sol todo el tiempo. La mantenía
viva y lejos del Portal porque le
había enseñado esconder en la pobreza y detrás de grises vestidos, la alegría de su corazón. Se dio cuenta que el corazón de Burema se había secado cuando vio el Portal. Comprendió que alguna vez ella también hubiera preferido que las
brujas se la lleven antes de dejar de saltar y cantar, pero las sombras del
bosque fueron apagando su corazón.
Pasaron la noche en silencio. Burema evitaba recordar el Portal
para no sentirse alegre y poder vivir en la sombras junto a su madre. La madre
buscó en su corazón un poco de coraje para arriesgarlo todo, para morir en el
intento, para cruzar el Portal.
Muy de mañana, la madre se levantó y buscó dos cuchillos y los ajustó en el cinto de su vestido. Burema
la observaba, nunca había visto a la madre moverse con tanta determinación. La
madre llamó a Burema, luego la tomó de la mano y la llevó caminando más adentro
en el bosque. En el punto más oscuro, sujetó con fuerza uno de los cuchillos y
dijo a Burema, ¡Canta ahora! Burema no salía de su asombro, pero entendió que
morirían o tal vez vivirían, pero que toda esa sombra y tristeza estaba a un
tarareo de acabarse.
Burema cerró los ojos y empezó a tararear. El tarareo
resquebrajado de su madre se unió al de ella. Y el olor a pan caliente fue lo
primero en aparecer. El Portal se abrió. Entre los colores de las luces
centelleantes alrededor del Portal, Burema y su madre vieron a todos los del
otro lado, listos para recibirlas. Tenían
regalos, comida, sonrisas y mucha música. La madre tomó la mano de Burema y con
un gran respiro y la jaló hacía el
Portal.
En ese momento, de entre las ramas secas de los árboles del
bosque, con gritos espantosos llegaron ocho brujas, que empezaron a revolotear
en el aire gritando y maldiciendo al Portal. La madre y Burema por un momento
se quedaron quietas y asombradas al ver como las caras de las brujas eran tan
jóvenes y bellas pero sus ojos estaban llenos de odio. El Portal se apresuró a
cerrarse y empujándolas hacia adentro y en un segundo estuvieron del otro lado
del Portal.
Les tomó algunos días entender que habían estado viviendo en
el hechizo de las brujas. Un hechizo antiguo y sencillo: el hechizo del temor a
la muerte. Habían respirado la oscuridad del demonio, el silencio era el
infierno en que el demonio reinaba, habían estado muertas en vida. Pero el
hechizo de las brujas se acababa cuando algún corazón se atrevía a creer que
había algo más que la oscuridad y el silencio.
Por siempre, cada tarde, como Burema muchos más, a la hora
del pan, cantan con toda su fuerza y alegría de la salvación del Portal.
Clb
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