miércoles, 17 de septiembre de 2014

Velorios y algo más

Respirando el olor a incienso impregnado en la madera y con las rodillas entumecidas la ancianita rezaba.
-    Virgencita, yo sé que me oyes. Recibe a mi Dionisio.
Muy bien embalsamado lo tenía. Las fieles no conocían a esta ancianita pero las conmovía el amor con el que venía a rezar y a llorar.
La acompañaron a su casa para conocer el motivo de tal congoja. Se aterrorizaron al ver el cadáver. Doña Teresita les pidió ayuda.
-Es que yo no puedo enterrar sola mi Dionisio.

Armaron el velorio y después de los servicios fúnebres, Doña Teresita se despidió y se alejó despacito diciendo que se iba a descansar. En medio de la tristeza nadie se preguntó en qué momento se casó Don Dionisio, que siempre había sido un picaflor solterón.

En un pueblo a una hora de camino, una semana después estaba Doña Teresita rezando:

-Virgencita, yo sé que me oyes. Recibe a mi Teófilo.

Las fieles la oyeron y se conmovieron. Al igual que las anteriores la llevaron a su casa, encontraron el cadáver, le ayudaron con los servicios fúnebres. Se fue a descansar. Semanas después apareció en otras iglesias, pidiendo por Tobías, Mariano, Américo, Anfiloquio…

-¡Vete vieja! A mí no me vas a matar – le dijo Don Eustaquio, cuando le abrió la puerta. Los zapatitos de charol, el pañuelo en la cabeza y el gigantesco anillo de boda. Sabía por la leyenda que sus tías despechadas le contaron de niño, que Doña Teresita era la vengadora de los corazones rotos por solterones mujeriegos.

Doña Teresita se arrodilló y empezó a llorar y orar:

-Virgencita, yo sé que me oyes. Llévate a mi Eustaquio porque sufre mucho por la soledad.

En ese momento, Don Eustaquio siente una fuerte presión en el pecho que lo deja paralizado. Doña Teresita, dice sus rezos mientras lo embalsama. Se dirige a la iglesita y empieza a rezar:

-Virgencita, yo sé que me oyes. Recibe a mi Eustaquio.

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