¡Oh my God! ¡Súbele el volumeeen! – gritaron las tías cuando el metálico punteo empezó a sonar en el carro. – ¡Tranquilas! – dijo asustado el taxista. Las femeninas voces se alzaban sin respetar la melodía de la enérgica estrofa de la canción, que fuese el lema de su juventud. No podían esperar más, cada acorde era el pretexto para un giro, jalarse el pelo, arañarse el pecho. Se acercaba el coro. Tomaron aire, contaron fuera de tiempo los compases, y cada una con toda su fuerza, según su propio registro bocal, y cuando la emoción las empujó, ¡estallaron!, revueltas pero no juntas, en la gloria del desafinado estribillo, embriagándose de libertad. Y eso que estaban completamente sobrias, pero hasta los huesos intoxicadas con la canción, y recién la noche iba a comenzar.
clb
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