- Esa medicina barata me ha amargado la lengua – le dijo Don Carlos a su esposa, que no contestó para no volver a aspirar el nauseabundo olor a creso del hospital. La seño Dorita giró la cabeza mientras veía las sábanas blanco percudido sobre los contaminados colchones de las habitaciones, que le recordaron que ese ir y venir a las consultas era solo un paseo absurdo, para ella, su esposo y el cáncer terminal. Las rotas ventanas helaban sus ancianas manos. – Come un poco – le dijo mientras sacaba con mucha dificultad un pan con jamonada de su carterita. Mientras don Carlos masticaba, el silencio del corredor parecía sepultarlo en vida. Por eso la Seño Dorita odia el hospital. Pero aunque su pobreza le insiste que no debe gastar ni en el pasaje para ir allá, ella se convence, que el ir vez tras vez les regala algo valioso que la muerte no les puede quitar, la dignidad de intentar.
clb
cl
No hay comentarios:
Publicar un comentario